La investigación indaga, desde una perspectiva de género, las visiones y prácticas que ejercen las directoras de salas cunas y jardines infantiles y coordinadoras de transición en establecimientos escolares en su labor de liderazgo en el nivel, y cómo ello interactúa con las tensiones referidas al género y los estereotipos asociados a la educación inicial, la fragilidad de estas instituciones, las condiciones de trabajo y las políticas del nivel.

Mientras existe una extensa literatura sobre liderazgo, gestión y mejoramiento escolar, la investigación en el campo de la educación inicial aún es incipiente y en Chile es casi nula. El estudio “Un Liderazgo de Doble Filo: directoras en Establecimientos de Educación Inicial”, a cargo de las investigadoras Alejandra Falabella, Blanca Barco, Loreto Fernández, Daniela Figueroa y Ximena Poblete, y apoyado financieramente por la Convocatoria de Investigación en Educación CNED, busca contribuir a desarrollar esta línea de investigación en el país.

El liderazgo se ha estudiado desde una perspectiva tradicionalmente masculina, aunque existe una incipiente literatura en el área del liderazgo femenino. En este contexto, la investigación indaga, desde una perspectiva de género, las visiones y prácticas que ejercen las directoras de salas cunas y jardines infantiles y coordinadoras de transición en establecimientos escolares en su labor de liderazgo en el nivel, y cómo ello interactúa con las tensiones identificadas en la literatura, referidas al género y los estereotipos asociados a la educación inicial, la fragilidad de estas instituciones y las condiciones de trabajo y las políticas del nivel. Es un estudio cualitativo basado en entrevistas en profundidad a veinticuatro directoras/ coordinadoras de establecimientos de distintas dependencias y un seguimiento a seis de las entrevistadas a través de un enfoque etnográfico durante la jornada laboral de una semana, a lo que se sumó entrevistas de cierre a las mismas seis directoras/coordinadoras.

A pesar de la complejidad que demanda el trabajo con bebés y niños pequeños, y los discursos de gobiernos y organismos internacionales respecto de la importancia de esta etapa vital, el trabajo de cuidado y educación de párvulos en Chile y en el mundo, a cargo principalmente de mujeres, goza de bajo estatus, es comúnmente mal remunerado y, en su mayoría, cuenta con condiciones precarias de trabajo, lo que afecta sin duda el modo de dirigir y gestionar los establecimientos de educación inicial.

La división sexual del trabajo en Chile es evidente. Un 99% de las agentes educativas que trabajan en el nivel son mujeres. De acuerdo con los datos disponibles, hay apenas 27 hombres educadores que ejercen en la educación inicial en todo el país (SubEP, 2019). Aunque no se cuenta con información respecto de quienes dirigen los establecimientos educativos, se deduce que son, por una amplia mayoría, mujeres. Esta alta feminización laboral en los primeros años del sistema educativo ocurre mientras aumenta la participación de profesores a medida que crece la edad de los estudiantes en los niveles superiores, ligado a su vez a salarios más altos.

En Chile, Elige Educar (2018) muestra que las educadoras son las peores remuneradas en el país (incluso con una baja dispersión entre distinto tipo de establecimiento), cuentan con un bajo estatus social y, en comparación con otros docentes, son quienes están más horas frente a los niños (ver también: OCDE, 2019). Sin embargo, es importante considerar que paulatinamente estas condiciones deberían ir mejorando, en la medida en que los establecimientos públicos y particulares subvencionados se incorporen a la Carrera Docente, aunque ello no incluye, hasta el momento, una carrera especializada para directores/as (ni para técnicos en educación parvularia).

Desde un análisis de perspectiva de género, Galdames-Castillo (2017) argumenta que las bases históricas de la educación parvularia en Chile tienen un origen patriarcal y colonialista, que ha ignorado un cuestionamiento crítico de clase, género y raza. Poblete Núñez (2020), basándose en una investigación sobre educadoras de párvulos, plantea que existe una identidad de la profesión como extensión del rol de la madre, muchas veces entendida de forma acrítica por las mismas profesionales, asociada a habilidades innatas del género femenino que no requieren de formación ni de conocimientos especializados. Con ello se conectan discursos de “vocación religiosa”, que implican no solo una visión de mujeres cariñosas y comprometidas emocionalmente en el ejercicio profesional, sino altamente altruistas y devotas en su trabajo. Es un discurso de sacrificio, pero a la vez de idealismo, que normaliza la precariedad laboral, sobre todo en las instituciones más vulnerables.

Con base en lo expuesto, se requiere avanzar en comprender las visiones y experiencias de las directoras y coordinadoras del nivel respecto de su labor de liderazgo directivo y los modos para poder fortalecer este rol. Aunque hay una clara participación de mujeres en el cargo, existe un vacío en el área en cuanto a estudios que problematicen la vinculación de la labor de liderazgo desde una perspectiva de género, lo que añade una nueva mirada analítica al objeto de estudio.

Los resultados del estudio evidencian que predomina un liderazgo del bienestar de parte de las directoras y coordinadoras, en el cual el cuidado está en el corazón de este estilo de dirección, lo que coincide con investigaciones en Chile y en otros lugares del mundo. Es un liderazgo que se asocia con valores, tales como la empatía, la contención emocional, la horizontalidad y el diálogo. Las agentes directivas adhieren a este liderazgo en términos valóricos y les resulta cómodo y consistente con la ética profesional del trabajo con la primera infancia. Este enfoque, desde la visión de las directoras y coordinadoras, favorece el bienestar de niños y niñas y, el clima laboral, y potencia un ambiente positivo para ejercer de mejor manera su función educadora.

Ahora bien, celebrar el liderazgo femenino o liderazgo de bienestar en la educación inicial sería simplista; es un liderazgo de doble filo. El análisis desde la perspectiva de género resalta cómo, históricamente, estos son atributos que han sido designados a las mujeres, han perpetuado las estructuras discursivas de lo femenino y, por lo tanto, limitan la capacidad de las directoras para recrear nuevos estilos de liderazgo.

El estudio identifica al menos cuatro riesgos al respecto. Entre ellos, el énfasis por llevar a cabo un trabajo colegiado invisibiliza el rol de la directora y su capacidad de conducción. Una vez que asumen estos cargos, lo hacen con sentimientos de temor, vergüenza o culpa, al manifestar conductas que las devuelvan a una posición horizontal con el resto del equipo. Existe una cierta aversión a asumir cargos formales de conducción que las sitúen por sobre el equipo pedagógico, pues lo asocian a un liderazgo abusivo, masculino e impositivo. Lo anterior da cuenta de lo arraigado que está el mandato de la docilidad en el rol femenino. Ello genera a su vez contradicciones en su rol: a pesar de la aparente horizontalidad y bienestar socioemocional, se mezcla con instancias en que ellas requieren ceñirse a su cargo de autoridad y tomar decisiones como jefatura. Asimismo, tienden a evitar conflictos en pro de asegurar un buen clima laboral y, por ende, se reduce el espacio para discusiones abiertas a partir de las distintas visiones y posturas del personal educativo.

En definitiva, el liderazgo directivo de la educación inicial se caracteriza por un resguardo del bienestar de niños, familias y personal educativo, lo que empodera y genera una fuerte identidad colectiva en las directoras y coordinadoras. Sin embargo, por otra parte, este rol está en tensión respecto de asumir la autoridad del cargo, validarse ante otros y tener que responder a altas cargas de trabajo, sumado a condiciones muchas veces precarias e injustas. Visibilizar estas tensiones desde una mirada de género evidencia cómo persiste la división de roles, en que la autoridad o el rol directivo en el trabajo se valida principalmente desde lo masculino.

Estos resultados abren desafíos en torno a revisar los riesgos identificados y reconfigurar el liderazgo de este nivel. El reto es cuestionar estos estereotipos de género, pero sin menospreciar el rol de cuidado y de la contención socioemocional, por el contrario, valorar las múltiples y complejas habilidades expertas que se requieren para trabajar con la primera infancia. En sintonía con Butler (1997, 2006), en este ejercicio las directoras estarán haciendo consciente la performatividad de género que rige a la profesión y simultáneamente desafiarán y reconceptualizarán lo que implica el liderazgo femenino en este nivel.

Desde una ética del cuidado feminista se plantea una noción del liderazgo que pueda combinar componentes técnico-pedagógicos, políticos, emocionales y valóricos, en el entendido de que estos elementos no son contradictorios, sino que requieren ser dispositivos en una nueva amalgama del rol de directoras en educación. Este desafío se abre para otros sectores de la educación, pues como plantea Moss (2012), pensar el liderazgo en la educación inicial solo tiene sentido al analizarla en relación con los demás niveles educativos y con el rol que como sociedad otorgamos a la educación de niñas y niños.

Ver en Revista Calidad en la Educación N°56

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